11 diciembre 2007

Astronautas marcados por el misterio

Astronautas-1

Varios astronautas que pisaron la Luna experimentaron un cambio en sus vidas. Algunos se dedicaron a investigar OVNIs o fenómenos paranormales, mientras otros buscaron objetos sagrados o se interesaron por la mística. Conspiración en la Luna (Milenio/Aguilar), obra de la que extractamos el siguiente artículo, se ocupa de diversos enigmas lunares.

La mayor parte de los astronautas que han salido de la Tierra dicen haber experimentado extrañas sensaciones. Algunos incluso han cambiado su forma de ver la vida tras esa experiencia. De hecho, todos los que caminaron por la superficie de lunar, sin excepción, experimentaron ese cambio. Por ejemplo, Neil Amstrong, el primero en pisar el satélite, se convirtió en un hombre taciturno, recluyéndose en su casa del pequeño pueblo de Lebanon (Ohio), y su colega Buzz Aldrin comenzó a tener problemas con la bebida que derivaron en asuntos más serios. En su autobiografía, Retorno a la Tierra, Aldrin confesaba que desde su regreso hasta que fue internado en un hospital psiquiátrico, dos años más tarde, protagonizó un buen número de experiencias difíciles de explicar.

Cuando salió del sanatorio los periodistas le preguntaron qué sintió realmente en la Luna. Aldrin calló algunos segundos y, ante la sorpresa general, rehusó responder a la pregunta. Más tarde, y de manera informal, comentó a algunos reporteros que si hubiera dicho lo que realmente pensaba, todos sus compañeros astronautas se hubieran reído de él. En su autobiografía describió cómo desde su aventura lunar veía constantemente esferas luminosas y flashes, incluso con las luces apagadas. Amstrong también dijo sufrir el mismo efecto, al igual que los tripulantes de la Apollo 12. En otros casos, los astronautas lunares se dedicaron a investigar el fenómeno OVNI y sucesos paranormales; se interesaron por cuestiones relacionadas con la mística y la Nueva Era o formaron parte de expediciones a enigmáticos lugares de nuestro planeta.


NEIL ARMSTRONG EN LA CUEVA DE LOS TAYOS

Quiso la casualidad que fuera un 23 de julio de 1969, tres días después de que Neil Amstrong pusiera sus pies en la Luna, la fecha elegida por un misterioso hombre de fortuna, Janos Moricz, para declarar ante notario uno de los descubrimientos presuntamente más importantes de la historia. Decía haber hallado en la provincia de Morona–Santiago (Ecuador) unas láminas metálicas que contendrían la historia de una civilización perdida. Según Moricz, tales láminas –agrupados dentro de distintas cuevas– estaban grabadas con signos y escritura ideográfica. El tema cobró interés mundial cuando el escritor suizo Erich von Däniken publicó El oro de los dioses, obra centrada en el misterio de Los Tayos que se convirtió en un best seller.

Los mormones se entusiasmaron con el libro de Däniken, pues creyeron que la historia de Los Tayos presentaba ciertos paralelismos con su propia doctrina religiosa. Según su profeta, Joseph Smith, existiría un libro de oro guardado en antiquísimas cavernas situadas en la cordillera de los Andes. Ese libro sería el original del Libro del Mormón, la «biblia» de este grupo religioso. Dicha revelación le fue anunciada a Smith por un ángel luminoso que dijo llamarse Moroni, el cual se le apareció una fría noche de invierno. La comunidad mormona se convenció de que la «biblioteca» descubierta por Moricz podrían ser las míticas planchas de oro de su libro sagrado; sobre todo teniendo en cuenta que el hallazgo se había relizado en una zona llamada Morona–Santiago.

Los líderes mormones decidieron que Neil Amstrong debería ser el encargado de descubrir la preciada reliquia religiosa. Así, en julio de 1976 un grupo de científicos y militares ecuatorianos se abrió paso a través de la selva donde moran los indios shuaras, mitificados en Occidente como los reductores de cabezas. Al frente de la expedición se encontraba Neil Armstrong. Después de 35 días de marcha, llegaron a una zona montañosa e irregular, situada en las faldas septentrionales de la cordillera del Cóndor, donde encontraron una oscura boca de entrada a una inmensa cueva. Desde el principio se confirmó la inmensidad de las cavidades interiores, donde ni las más potentes linternas eran capaces de alumbrar en su totalidad las estancias, que podían albergar catedrales enteras.

La expedición de Neil Armstrong no encontró la famosa biblioteca de oro, pero sí logró confirmar la existencia de dinteles y bloques de piedra cortados, cuyas formas parecían claramente artificiales.

Finalmente, la expedición se llevó de la selva ecuatoriana cuatro cajas de madera selladas que no permitieron abrir a los indios shuaras, quienes se sintieron engañados y estafados. Al parecer, las cajas contenían restos arqueológicos consistentes en estatuillas de gran valor para los indígenas. El astronauta aseguró que su visita al mundo subterráneo había sido incluso más interesante que su paseo lunar. Y añadió: «Al igual que he sido el primer hombre en estar allí arriba, quise ser también el primero en estar allí abajo».

JAMES IRWIN Y EL ARCA DE NOÉ

El 17 de junio de 1949, en una misión rutinaria, un aparato de las Fuerza Aérea estadounidense descubrió una anomalía situada sobre el monte Ararat, en Turquía. Temiendo la instalación de algún tipo de misil o de artefacto soviético en los limites fronterizos de la OTAN, la CIA decidió enviar al lugar varios aviones espía U-2 y SR-71. El gobierno de Estados Unidos nunca reveló el descubrimiento de esa supuesta «anomalía» o estructura y las fotos correspondientes no se desvelaron hasta 1995. Algunos analistas fotográficos de la agencia de espionaje habían llamado la atención sobre lo que era una curiosa casualidad: la citada «anomalía» estaba situada justamente en un punto donde la tradición asegura que se encuentra el Arca de Noé.

James Irwin, uno de los pilotos del SR-71, consiguió entrar en la NASA y en 1971 pisó la Luna durante la misión Apolo 15. Años después decidiría dedicar su vida a la búsqueda del Arca de Noé.

El camino hasta el Ararat es bastante accidentado. A partir de los 3.000 metros el buscador se topará con la nieve, el frío, el viento y, sobre todo, unas nieblas características de ese picudo monte. Además, las simas e imponentes grietas que componen el falso techo del Aararat suponen un peligro añadido.

En el año 1969, meses antes del alunizaje de la misión Apollo 11, una expedición al monte Ararat dirigida por el franco-español Fernando Navarra, bajo los auspicios de su fundación, logró internarse durante cuatro duros días en la montaña sagrada. La última jornada, ya casi de retirada, localizaron entre el hielo, en una profunda grieta de más de 8 metros de longitud, trozos de madera que por sus formas y características parecían intencionadamente trabajados. Tras descender con una escala, Navarra intentó arrancar uno de los tablones, pero aquello parecía formar parte de una estructura mucho mayor. Él siempre afirmó que se trataba del casco de un barco. Lo cierto es que, con gran esfuerzo, pudo cortar y extraer un fragmento de 1,65 metros. Navarra estaba convencido de que ese madero pertenecía al Arca de Noé. Los análisis posteriores, practicados en dos laboratorios y utilizando los últimos medios técnicos, revelaron que la madera había sido trabajada y que su antigüedad era considerable. Sin embargo, las condiciones de humedad en las que permaneció durante tanto tiempo, impidieron fecharla con cierta exactitud.

Dos años más tarde, la aventura de Navarra adquirió fama mundial y llegó a oídos de James Irwin. Para entonces, el famoso astronauta ya había regresado de su periplo lunar, sufriendo una gran transformación en su personalidad que lo llevó a abandonar la NASA y fundar una agrupación evangélica en el estado de Colorado. Bautizada por Irwin como High Flight (Vuelo Alto), sus objetivos eran promover un mensaje de paz y unidad mundial, además de patrocinar sucesivas expediciones al monte Ararat –hasta seis– en busca del Arca de Noé, cuyo director y principal protagonista era el propio ex astronauta. En su libro Más de un Arca en el Ararat, James Irwin narra sus peripecias y conclusiones tras el mítico barco.

EL ASTRONAUTA MÍSTICO

El 31 de enero de 1971 Edgar Mitchell, como integrante de la misión Apollo 14, se convirtió en el sexto hombre que caminaba sobre el suelo lunar. Mitchell aseguró que durante el viaje espacial experimentó una sensación de euforia y una enorme paz, combinadas con un gran sentido de comprensión de todo lo que le rodeaba. El astronauta supo, en sus palabras, que había sido iluminado de manera especial. De hecho, llevó a cabo un experimento de percepción extrasensorial en vuelo para comprobar si las distancias afectaban al fenómeno de la telepatía. A los pocos meses de su triunfal regreso, abandonó la Marina y la NASA y fundó el Instituto de Ciencias Noéticas, cuyo objetivo es impulsar toda investigación encaminada a desentrañar el fenómeno de la conciencia cósmica.

Como resultado de sus intensas experiencias en el espacio, Mitchell escribió Exploración psíquica, obra en la que vinculaba ciencia y espiritualidad.

También se introdujo de lleno en el estudio de los fenómenos paranormales e, incluso, se sabe que llegó a concertar una reunión entre el paragnosta Uri Geller y Wernher von Braun, el famoso ingeniero del Proyecto Apolo y principal responsable de que el hombre llegara a la Luna. Por cierto, von Braun trabajó durante la II Guerra Mundial para el ejército del III Reich diseñando cohetes, pero tras el fin de la contienda pasó a hacerlo para las Fuerzas Armadas de EE UU.

WERNHER VON BRAUN Y LA ZONA DEL SILENCIO

En 1970, cuando las misiones Apollo aún surcaban el espacio rumbo a la Luna, Wernher von Braun decidió hacer una rápida y furtiva visita a la Zona del Silencio. En este paraje, situado a unos 1.500 kilómetros al norte de México D.F., donde convergen los Estados de Durango, Coahuila y Chihuahua, tienen lugar multitud de fenómenos extraños.

En esta misteriosa zona del planeta no funcionan las brújulas, quizá por la cantidad de micrometeoritos que bombardean constantemente el lugar. Sin embargo, uno de esos meteoros se comportó de manera anómala. Tanto es así que recibió el nombre de «meteorito inteligente». Sucedió a comienzos de 1969, cuando la sonda soviética Venera 5, cuyo destino final era la árida superficie del planeta Venus, alertó sobre la proximidad de un objeto de grandes dimensiones que entraba en rumbo de colisión con la nave y amenazaba con destruirla.

Los científicos soviéticos decidieron modificar el rumbo de la sonda, pero entonces el meteorito se detuvo y dio marcha atrás, cayendo justamente sobre la Zona del Silencio.

La segunda expedición de Von Braun

El científico Wernher von Braun, principal responsable del proyecto Apollo 11 que llevó al hombre a la Luna, realizó dos expediciones a la Zona del Silencio, desierto mexicano en el que se producen misteriosas anomalías. En la segunda (ver en el artículo detalles de la primera) se desplegó un gran contingente en el lugar. Al parecer, la idea surgió el 11 de julio de 1970, cuando un cohete que probaba la NASA se desvió de la trayectoria prevista y cruzó la frontera mexicana para ir a estrellarse exactamente en el misterioso paraje. Los científicos de la agencia espacial, encabezados por von Braun, recogieron fósiles, muestras de meteoritos e incluso animales. Una vez terminado el trabajo, la expedición se retiró con gran sigilo. Días más tarde, von Braun efectuó unas inquietantes declaraciones a la prensa sobre las anomalías del lugar: «Si yo fuera extraterrestre no lo dudaría, escogería justamente la Zona del Silencio para descender sin que nadie pudiera captarme. (…) En este lugar ni las ondas ni los radares de los aparatos electromagnéticos podrían detectar el descenso de una nave extraterrestre».

Mitchell, los OVNIs y lo paranormal

Edgar Mitchell (dcha.), el sexto ser humano en pisar la Luna, cree en la existencia de OVNIs y en su origen extraterrestre. En 1997, junto con algunos ex compañeros como el astronauta Gordon Cooper –que fue testigo de varios fenómenos anómalos durante su viaje en la nave Faith 7, dentro del programa Mercury de la NASA–, participó en el Disclosure Project (Proyecto de Desclasificación). Esta iniciativa consiguió que un buen número de altos cargos militares y de los servicios de inteligencia estadounidense declararan sobre la realidad indiscutible del fenómeno OVNI. En 1972, el astronauta conoció al médico Andrija Puharich y a su pupilo, el mentalista Uri Geller (izda.), quienes trabajaban para un proyecto financiado por la CIA y otras agencias para aplicar las capacidades paranormales al campo del espionaje.

Fuente: Aqui.

Who links to me?